El sedentarismo es la actitud del sujeto que lleva una
vida sedentaria. En la actualidad, el término está asociado al sedentarismo
físico (la falta de actividad física). En su significado original, sin embargo,
este vocablo hacía referencia al establecimiento definitivo de una comunidad humana
en un determinado lugar.
En este último sentido, sedentario es lo opuesto a
nómada (aquél que se traslada de un lugar a otro, sin establecer una residencia
fija). Los seres humanos eran nómadas en la prehistoria, ya que se trasladaban
para recolectar alimentos o cazar. A partir de la revolución agrícola, hace
unos 10.000 años, la humanidad adoptó el sedentarismo.
En la actualidad, existen muy pocas poblaciones
nómadas (hay algunas en el desierto mongol, por ejemplo). Al hacer mención al
sedentarismo, por lo tanto, se habla de una tendencia social de los tiempos
modernos, vinculados al ocio doméstico, el mundo laboral y las nuevas
tecnologías.
El sedentarismo es más habitual en las ciudades, donde
la tecnología está orientada a evitar los grandes esfuerzos físicos. Estar
muchas horas al día viendo televisión o sentado frente a un ordenador es una
muestra de sedentarismo, que fomenta la obesidad, debilita los huesos y aumenta
el riesgo de las enfermedades cardíacas.
Una simple mirada a la sociedad nos demuestra que las
últimas generaciones tienen más tendencia al sedentarismo que los ancianos,
dado que nacieron en una era informatizada, con menos espacio libre para
esparcirse y con una creciente sensación de inseguridad en la vía pública que
los lleva a buscar refugio en sitios cerrados. Para luchar contra la falta de
actividad física no existe una fórmula mágica; como en todos los casos, la clave
reside en la voluntad.
La práctica de algún deporte con cierta constancia
puede ser muy beneficiosa para la salud, siempre que no se contraste con días
enteros de mala alimentación y posturas nocivas para el cuerpo. Claro está que
esto depende de los gustos de cada persona; por esa razón, muchos optan por
salir a caminar todas las mañanas. Pero en ambos casos, es importante tener en
cuenta que el ejercicio sin técnica puede resultar contraproducente.
¿Dónde quedó nuestro sentido de orientación, nuestra
conexión con la tierra, con las hojas de los árboles? ¿No fuimos, acaso, alguna
vez, una especie más entre las demás? El sedentarismo es un inocente titular
que esconde realidades tan graves y absurdas como que se venda insecticida en
espray.
Se pueden distinguir dos clases de sedentarios
modernos: el trabajador que se ha adaptado a las nuevas tecnologías, que
necesita de un ordenador para llevar a cabo sus tareas, dado que representa
tanto su fuente de información y recursos como su medio para realizarlo y
entregarlo a su jefe (como ocurre con programadores, diseñadores y redactores,
por ejemplo); los individuos que no encuentran el suficiente incentivo para
levantarse de la cama y hacer algo productivo con sus vidas, que prefieren
pasar el día entero frente al televisor con una lata de cerveza en una mano y
un cigarrillo en la otra.
Sobra decir que el primer grupo goza de un mayor
respeto por parte del común de la sociedad, dado que se lo considera
productivo, mientras que el segundo recibe todo tipo de adjetivos despectivos,
haciendo alusión a su haraganería. Sin embargo, resulta preocupante comparar el
interminable caminar de los elefantes en busca de un mísero charco de agua, con
el refunfuñar de quien considera agotador ir desde el salón hasta la cocina a
buscar un vaso de agua fresca, cuya temperatura es regulada gracias a la
explotación de los recursos naturales, la misma explotación que obliga a los
primeros a recorrer distancias cada vez mayores.
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