¿Por qué comer
menos carnes rojas?
Es normal oír que
las carnes blancas son más saludables que las rojas. Pero, atención: la clave
está en el equilibrio.
Para los amantes de la carne y de un buen asado, los
últimos estudios científicos publicados respecto a que esta contendría ciertos
nutrientes como la carnitina, que en alta cantidad puede ser perjudicial para
la salud, no han sido buenas noticias. Es que a las habituales recomendaciones
nutricionales de limitar la ingesta de carnes rojas y privilegiar las blancas,
se han agregado análisis de cuánto influye su elevado consumo en la aparición
de diversos trastornos, algunos de los cuales quizás nunca imaginamos.
¿Cuáles conforman la lista de “carnes rojas? En
general, este término hace referencia a las de mamíferos, como vacuno, cerdo,
cordero o caballo. También los embutidos como longaniza, chorizo, tocino e
interiores. Las blancas son las aves de corral (como el pollo o el pavo),
aunque también incluyen la de conejo, que es un mamífero, y el pescado.
“Generalmente se aconseja moderar o reducir el consumo
de carnes rojas, especialmente los cortes con mayor contenido graso, por su
asociación con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares como infarto
cardíaco y accidente vascular cerebral. Esta asociación se ha atribuido
tradicionalmente al mayor contenido de grasas saturadas y colesterol, aunque
recientes estudios muestran que habría otros componentes alimentarios
diferentes de las grasas saturadas involucrados en este riesgo”, advierte el
doctor Fernando Carrasco, nutriólogo de Clínica Las Condes.
La parrilla
Pero eso no es todo. Según explica el especialista, el
alto consumo de carnes rojas no solo se ha relacionado con mayor riesgo
cardiovascular, sino también con mayor riesgo de cáncer del tubo digestivo
(intestino grueso o colon y recto). “Las rojas, en particular, aportan gran
cantidad de hierro unido a hemoglobina, que en exceso se ha relacionado también
con mayor riesgo de cáncer de intestino grueso”.
Riesgo que también se ha encontrado en carnes rojas y
blancas procesadas (jamón de pavo, por ejemplo), ahumadas o asadas a la
parrilla, debido a los compuestos cancerígenos (compuestos nitrosos, nitritos,
aminas e hidrocarbonos) que se generan en estos modos de cocinarlas. “En este
sentido, otra recomendación es preferir el consumo habitual de aquellas no
procesadas, ya sea horneadas o cocidas, en vez de asadas o grilladas”.
El doctor Carrasco sostiene que, además, es frecuente
encontrar un patrón de conducta asociado a un alto consumo de carnes grasosas
como mayor ingesta de alcohol, sedentarismo y tabaquismo, factores que se
potencian para aumentar el riesgo de obesidad y de enfermedades cardiovasculares.
“Por ello, es importante reducir la exposición a otros factores de riesgo para
contribuir a la salud general y cardiovascular. No solo es comer menos carne,
también es poner atención a otros hábitos poco saludables que podamos estar
teniendo”.
¿No como más?
A juicio del nutriólogo de Clínica Las Condes, en la población general un consumo moderado de carnes rojas magras, por ejemplo, 150 gramos o 1 bistec mediano, 2 veces por semana, no debiera causar problemas. Mientras que en ciertos grupos, como niños y adolescentes, embarazadas y en mujeres en edad fértil, el consumo de carnes rojas es muy importante para cubrir los mayores requerimientos de hierro, vitamina B 12 y otros minerales, que se encuentran en mayor concentración en estos alimentos. Además, un consumo moderado de rojas magras puede contribuir a una alimentación saludable por su efecto de saciedad, previniendo un exceso de consumo de otras fuentes calóricas.
La proporción adecuada de consumo de carnes rojas para
lograr un buen balance entre el riesgo y el beneficio no está bien definida.
Aun así es prudente recomendar que no más de 1/3 de su consumo provenga de
rojas y 2/3 de blancas”, agrega.
En el otro extremo existen personas que por su
condición de salud tienen por indicación médica no consumirlas. Entre ellos,
quienes padecen la enfermedad de gota, caracterizada por la presencia de altos
niveles de ácido úrico en la sangre, el cual resulta del metabolismo de las
proteínas de las carnes rojas (purinas).
“Dependiendo de la severidad de la enfermedad, en
estos pacientes es necesario eliminar su consumo, y permitirlo solo en forma
ocasional y en cantidad moderada (menos de 200 gramos)”.
¿Sabías que el consumo excesivo de carnes rojas se
asocia a mayor riesgo de enfermedades por varios mecanismos?:
Mayor
concentración de grasas saturadas y colesterol en cortes grasos, generando
mayor riesgo de enfermedad cardiovascular.
Mayor contenido de
compuestos cancerígenos al consumirse procesadas, ahumadas, asadas a la
parrilla o grilladas, ya sean rojas o blancas.
Mayor consumo de
carnitina y transformación a metilaminas por acción de las bacterias del
intestino grueso. Estas metilaminas aumentan el proceso de aterosclerosis y el
riesgo cardiovascular. Este efecto se produce con un alto consumo de carnes
rojas (ejemplo, 250 gramos al día) y con alta concentración de carnitina, tales
como el cordero.
La carne es una fuente importante de proteínas, de
vitamina B12, hierro, potasio, fósforo y cinc. Entre las funciones de estos
nutrientes destacan el mantenimiento de los músculos y el sistema nervioso, la
prevención de anemia, la conservación de la salud de la piel, favorecer una
correcta visión y la preservación de las mucosas. De ahí la importancia de que
en períodos de crecimiento, como la niñez y adolescencia, en embarazadas y
mujeres en edad fértil, sean parte de una alimentación equilibrada.
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